Mirador Virtual Mobile

A los 14 años le entregó una carta a Francella porque quería ser actor, y 10 años después cumplió su sueño: la historia de Gastón Cocchiarale

A los 27 años, disfruta del éxito de la ficción «Argentina, Tierra de Amor y Venganza». Pero no fue un camino fácil poder vivir de su máxima pasión: la actuación

Cuando era un niño, Gastón Cocchiarale soñaba con actuar arriba de un escenario. Admirador de los programas de Guillermo Francella, en su adolescencia le entregó una carta a su ídolo para contarle que anhelaba trabajar a su lado. Ese deseo tan profundo se convirtió en realidad unos años más tarde cuando lo convocaron para participar en la película El Clan.

Cocchiarale empezó a estudiar teatro a los 14 años para aprender el oficio y dejar de lado esa gran timidez que tenía. Fue empleado en una librería, en una carnicería, en una fiambrería; hizo de todo un poco hasta que se le abrieron las puertas del mundo de la actuación. Hoy, con 27 años, integra el elenco de Argentina, Tierra de Amor y Venganza (ATAV), la exitosa tira que se emite en el prime time de El Trece.

En El Camarín de las Musas, Gastón termina de ensayar una obra y se prepara para hablar con Teleshow sobre su trabajo como actor, director, autor y docente. Es simpático, habla rápido y se ríe. Está un poco nervioso, ya que lo están esperando para grabar la ficción de Polka en Don Torcuato. «¡Me tengo que ir en helicóptero!», bromea. A pesar de su agenda apretada, admite que está disfrutando de este buen momento en su carrera.

—¿Cuándo supiste que querías ser actor?

—De muy chico, a los cuatro años. No sé por qué, no tenía ningún familiar actor ni nada por estilo. Así que apareció todo mágicamente. A partir de ahí me convertí en un adolescente muy tímido. Ese sueño de ser actor se fue apagando por la timidez que tenía. A los 14 años una chica que me gustaba mucho y de la que estaba muy enamorado me dijo si quería acompañarla a un taller de teatro. Le dije que sí de una…(risas). Las primeras clases fueron un espanto, porque estaba muy nervioso y sentía mucha tensión, vergüenza sobre todo. Después eso se fue acomodando, y acá estamos.

—Tu debut en el cine fue con El Clan. ¿Cómo fue trabajar con Francella?

—Lo admiro mucho desde chico. Veía todos sus programas y los disfrutaba. Cuando tenía 14, 15 años tenía muchas ganas de verlo en el teatro y mi viejo me llevó. Deseaba hablar con él, comunicarle que quería ser actor, preguntarle si me podía dar un consejo. Todavía tenía este grado de timidez. Cuando fuimos al teatro con mi papá yo sabía que no me iba a animar a hablar con él. Por las dudas, escribí una carta que decía que quería ser actor, que mi sueño era trabajar con él. Efectivamente, cuando Francella salió del teatro me agarró este ataque de nervios y vergüenza. Le entregué la carta y me fui. Después de casi diez años me tomaron un casting en El Clan y pude trabajar con él. Fue medio místico, diez años después pude materializar esa carta. Francella no se acordaba, pero se lo comenté y le dio mucha ternura, mucha gracia. Disfrutó la historia que le conté y nos reíamos un poco de eso.

—Ahora estás actuando en ATAV. ¿Cómo te preparaste para interpretar al personaje de Lowenstein?

—Vino a romper con las tradicionales ficciones. Es una novela de época con muchos personajes, muchas caras del teatro independiente y algunos extranjeros. Tiene una mixtura muy linda. A mí me tocó interpretar a Lowenstein, un personaje de los años 40, un judío no tan ortodoxo, pero que sigue con algunos rituales de la cultura judaica. La verdad es que fue muy interesante empaparme de esa cultura que yo desconocía por completo. Me crié en una escuela con orientación al cristianismo, mi familia es cristiana, nunca tuve contacto con el judaísmo. Fue muy lindo empaparme de ese mundo, de sus costumbres, sus formas de vincularse, el matrimonio, y ni hablar de esa época. Había muchos componentes aparte de los que ya tiene el personaje que Adrián Suar quería que fuera: alguien tímido, medio nervioso, paranoico, buen amigo. Toda esa mixtura, esa ensalada que había que armar, fue el germen de Lowenstein.

—¿Le pudiste agregar algo tuyo al personaje para enriquecerlo?

—Sí, los actores somos intérpretes, no somos maniquíes que hacemos lo que nos piden y punto. Somos personas que evaluamos el texto, refinamos un poco lo que el autor escribió, lo acomodamos un poco a lo que creemos que es mejor en ese momento, siempre respetando el trabajo del autor y del director. Pero la palabra intérprete es justamente eso: sentarse, leer el texto e interpretarlo. Entonces, siempre uno le agrega cositas para hacer más valorable al personaje y le quita cosas que cree que no van a sumar. Obviamente, es un trabajo en conjunto con el director, el autor, los compañeros, el productor. El resultado es lo que yo interpreto, pero en realidad hay mucha gente atrás trabajando en ese personaje.

—Ahora que tenés más exposición, ¿te paran en la calle para saludarte?

—No soy Ricardo Darín para que me paren a cada un minuto, pero sí noto que hay otra forma de verme, de relacionarse. Creo que (ATAV) es uno de los primeros proyectos populares que hago, y como consecuencia la gente me reconoce en la calle. A la novela le está yendo muy bien, y eso hace que el reconocimiento sea distinto.

—¿Cómo te llevás con la fama?

—Bien, no me mueve mucho la aguja, la disfruto porque en algún punto es el resultado de un buen trabajo. Eso es como un reloj que va marcando que lo que estás haciendo está bueno, es aceptado por el público, y el público lo disfruta. Pero después no me genera ningún tipo de cosa que me reconozcan en la calle.

—También trabajás como autor y director. ¿Qué es lo que más te gusta de esas disciplinas?

—Empecé para ver el detrás de escena del teatro. Por lo general, hice obras de teatro como actor y me interesaba empaparme de lo que es dirigir y escribir, me parecía que me sumaba como actor, para que después cuando un director me tuviera que dirigir lo entendiera y lo escuchara más. Lo mismo con un autor: antes yo leía un texto como un actor y ahora lo leo con la cabeza de alguien que escribe. Todo esto te ayuda a tener recursos que otros actores no tienen, y está bueno. Todo empezó para sumar más conocimiento.

—Además, das clases de actuación.

—Sí, por el mismo deseo que surgió de leer y escribir, de ver al otro hacer el trabajo del actor, ayudarlo a que concrete los objetivos que tiene como actor me ayuda a mí a tener mis propios objetivos y entender mis propios desafíos. A entenderme a mí como actor también. Es como un juego de ida y vuelta. Yo los ayudo a los alumnos y ellos de alguna forma me están ayudando a mí a nutrirme como actor. Es muy lindo tanto cuando das clases para gente que nunca hizo teatro como para gente que hizo mucho teatro.

—¿Tuviste otros trabajos antes de poder vivir de tu profesión?

—Sí, antes de ser actor trabajé en una librería, una carnicería, en una fiambrería, fui mozo, hice de todo.

—¿Cuáles son los aspectos malos y buenos de trabajar como actor?

—La inestabilidad es el aspecto número uno, porque es un trabajo que tiene un periodo de tiempo; el trabajo terminó y arrancás de vuelta de la nada, te tienen que llamar. Si no hay proyectos o un papel que dé con tu physique du rôle estás en el horno. Eso no está bueno, pero cuando tenés trabajo es hermoso y lo disfrutás. Después uno puede ser un buen actor, pero justo tu perfil no da con el personaje y no quedaste. Hay muchas cosas que condimentan el oficio y no depende del trabajo de ser un buen actor, sino una cuota de suerte, de que justo hiciste algo que al director le gustó y te eligió a vos. Una cuota de estar en el lugar indicado, en el momento indicado, el personaje indicado. Hay varios mecanismos que hacen que uno tenga trabajo o no y te genera una incertidumbre que no está buena. Yo trato de no pensar en eso nunca porque te empezás a maquinar en la incertidumbre. Prefiero disfrutar lo que hago y cuando no sigo trabajando, hago teatro independiente, que es lo que más me gusta. El teatro independiente si bien no te da de comer, no te da un sueldo, hace que estés activo y que estés trabajando. Eso también hace que tengas el deseo colocado en un lugar lindo por el cual no estés en tu casa tirado en un sillón pensando en por qué no te llaman. Estás ocupado haciendo otra cosa y mágicamente aparece el trabajo, como si el trabajo llamara al trabajo.

—¿Qué significa para vos ser exitoso?

—Hacer lo que me gusta. Punto. No tengo nada más para decir de la palabra éxito.

—¿Te preocupás mucho por la plata?

—El dinero es con lo que uno vive, si me quiero comprar un sándwich lo tengo que pagar. En eso uno tiene que estar atento más como actor porque hay periodos de inestabilidad donde tenés que cuidar un poco el dinero. Si te hacés el loco como si estuvieras trabajando estás en el horno. Sabés que tu trabajo no siempre es estable y tenés que ir graduando. Si un mes gastaste de más, al mes siguiente ser un poco más precavido, ir moderando para que no haya algún problema después.

—¿Tus papás te apoyaron en tu carrera artística?

—Al principio les gustó, pero también hubo una incomodidad por esto que estamos hablando, la inestabilidad que un artista puede tener. En mi familia no hay ningún actor, entonces desconocían ese mundo. Fue un poco ese resquemor de preguntarme: «¿Por qué no estudias otra cosa aparte de la actuación? ¿Te irá bien? Y si no te va bien, ¿qué hacés? Yo no te puedo mantener hasta los 50 años…». Tuve esas charlas bastantes feas que a uno, cuando es joven, lo tiran un poco para atrás. Yo pensaba: «Un poco de razón tienen. ¿Qué hago? ¿Me la juego o no me la juego?». Ahí queda en uno en ver qué es lo que hace. Yo traté de jugármela lo máximo posible. Por suerte me fue bien, pero también conozco amigos que se la han jugado y no les fue bien, y la están remando.

—Ahora estás protagonizando la obra La vera magia, en El Camarín de las Musas.

—Es una comedia romántica y fantástica, con varios condimentos muy lindos. Es un mago al que no le fue en la vida como él creía, tiene incertidumbre. Le salió todo mal, como mago no llegó a cumplir su sueño, y aparte su mujer lo acaba de echar porque no trae un mango a casa. Se encuentra en un hotel, en una convención de magos, donde están todos sus colegas y su maestro. En una charla con su maestro, le cuenta lo que le está pasando. Su maestro quiere hacer magia y le propone duplicarlo a él para que una persona que sea igual a él lo ayude a acomodar su vida en los distintos aspectos. Ese es el conflicto de la obra y lo que desencadena un montón de problemas divertidos. A partir de este truco de magia aparece un doble que empieza a accionar como si fuera él y genera unos desajustes entre sus amigos, su pareja, en un montón de mundos.

—¿Cuando tenés tiempo libre qué haces?

—Voy al teatro, miro películas, no diferencio mucho entre trabajo, placer, vacaciones, hobby: para mí es todo más o menos lo mismo. En este momento tengo mucho trabajo, entonces al estar tan desbordado de cosas, el teatro, hacer esta entrevista, ir a grabar… uno no disfruta al cien por ciento todo, porque estás con la cabeza en mil cosas. Me gustaría estar más tranquilo para esto, saber que ahora me puedo ir más tranquilo a grabar. Es todo un caos en el que te tenés que acomodar. Pero después, disfruto mucho de mi profesión.

—¿Seguís en pareja con la actriz Tamara Liberati?

—Sí, estoy en pareja con ella hace cinco años. Estamos muy bien y me acompaña mucho.

—¿Tienen planes de casamiento y tener hijos?

—Por ahora no pensamos en el casamiento, estamos conviviendo. Con eso alcanza (risas). Es un deseo tener hijos, pero si con todo esto tengo que tener un hijo, estoy al horno: ¡pobre pibe, me va a salir cuadrado! Preferiría buscar un momento en el que pudiera manejar un poco mi agenda y no dejar en banda a nadie en una situación así, en la crianza de un bebé, al bebé mismo. Pensarlo en el momento en el que se puedan acomodar. Y si no se puede acomodar tendré que enfrentar la situación como sea. En principio, no hay un plan inmediato.

—¿Qué sueños te quedan por cumplir?

—Tengo un montón de sueños, imaginate que tengo 27 años. Me queda mucho por cumplir: trabajar con muchos actores que admiro, filmar muchas películas. El sueño más grande es que esto que estoy viviendo y espero se mantenga hasta que me muera. Tener trabajo en teatro, cine y televisión. Ser tenido en cuenta, ese el anhelo más grande. Después hay sueños más chiquitos, pero el sueño más importante es mantener la continuidad de trabajo y disfrutarla.

Fuente: infobae.com

Comentarios

comentarios