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¿Aulas muteadas?: “Las clases presenciales parecían un zoom en vivo”

En el imaginario colectivo, la escuela siempre funcionó como un lugar de encuentro donde los niños saltan, juegan y se abrazan. Sin embargo, a partir de la virtualidad, ese espacio tuvo que ser repensado. Ese movimiento tan dinámico y vivo que tiene la escuela se detuvo y fue otra la situación con la que se encontraron los docentes al volver a las aulas. Una vez más, incertidumbre y sufrimiento son algunos de los sentimientos que se manifiestan en discusiones y debates al calor de la pandemia del COVID-19.

El impacto sobre los modos de enseñar y aprender ha contribuido a la preocupación de infancias, familias y docentes sobre los efectos negativos que podría acarrear esta situación. “La pandemia nos propuso pensar una nueva definición de la institución escuela: la escuela en pandemia” asegura la Lic. Sandra Marañón, Psicóloga, Docente, Investigadora y Extensionista de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

El artículo “¿Aulas muteadas?” se enmarca dentro del boletín “Segunda Ola del Coronavirus” realizado por el Centro de Investigación sobre Sujeto, Institución y Cultura (CISIC) dependiente de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

Desde su profesión como docente, tanto en el nivel universitario como en primario y medio, Marañón se siente interpelada por el contexto actual: “La representación social de la escuela con bullicio, ruido y movimiento parece haber quedado congelada, esa fue la primera sensación que tuve al volver al aula de forma presencial en marzo. El mutismo y la falta de expresión que se percibía en los estudiantes me impactó, me preocupó e hizo que me preguntara a qué escuela estábamos volviendo”.

Cuando debatimos cómo cambian los valores a lo largo del tiempo, la UNESCO define a la educación como la oportunidad de promover derechos. Afirma que la educación es un derecho humano para todos a lo largo de toda la vida y, que el acceso a la instrucción, debe ir acompañado de la calidad. En este sentido, “los docentes debemos incluirnos en ese proceso pero no desde una postura jerárquica. La educación, a través de replicar el vínculo en las aulas, es el lugar para transmitir valores, promover el cambio social y el protagonismo de los estudiantes. Es un lugar privilegiado, es donde se puede problematizar, interpelar los discursos de verdad, el diálogo crítico y la producción colectiva” explica.

Sin embargo, al volver a la presencialidad, el panorama era completamente distinto. “Estar al frente del aula era como estar en un zoom pero en vivo y en directo, menos estudiantes manteniendo las distancias, sin poder saludarnos ni sostenernos con el cuerpo, sin compartir lo cotidiano ni la mirada: el espacio estaba muteado. Teníamos que proponerles que pregunten, que interrumpan, que intervengan, era una inmovilidad producto de haber sostenido la escuela en virtualidad y en pandemia con lo amenazante que fue para nuestra subjetividad tal situación de tanta incertidumbre” afirma la licenciada.

Al preguntarnos si estos nuevos modos de aprender llegaron para quedarse, Marañón los entiende “como una oportunidad para repensar la escuela. No podemos negar que la virtualidad ha hecho que muchas personas pudieran sostenerse dentro del ámbito educativo, pero tendríamos que preguntarnos con qué nos quedamos y qué es lo que tenemos que recuperar del vínculo social”.

Dentro del contexto de virtualidad, la docente expresa que “hay que entender la cuestión de privacidad del hogar, hay estudiantes que no pueden o no desean mostrarse y no todos cuentan con los dispositivos adecuados para estar conectados a una clase. No podemos pensar que, solamente, no quieren estar conectados o no quieren prender la cámara ni el micrófono para interactuar“.

En este sentido, Marañón retoma lo desarrollado en el artículo presentado en el Boletín del CISIC en el cual explica cómo la desigualdad social se hizo evidente en este contexto y cuántas familias no han logrado acceder a sostener el derecho a la educación por no contar con los dispositivos y conectividad adecuados.

Si bien se han publicado diversos análisis sobre el impacto que la pandemia ha tenido en la salud mental de los estudiantes, “vamos a tener que distanciarnos un poco, necesitamos un tiempo fuera del contexto de esta incertidumbre sostenida, en un contexto de excepción y con la falta del encuentro en la presencialidad para poder ver cuál fue el verdadero impacto” confirma Marañón.

A pesar de que el lazo social se haya debilitado en todos los ámbitos educativos, “lo colectivo es lo que nos va a sostener. Debemos resaltar el compromiso social de escuelas, universidades y docentes en el acompañamiento y en la formación de profesionales que luego van a incluirse en cualquier ámbito en el que se desarrollen. En ese sentido, la universidad es un lugar privilegiado porque es donde se puede plasmar el desarrollo del pensamiento crítico, la construcción colectiva y el compromiso social” concluye.

Sin embargo, esos valores que la docente destaca parecen esfumarse en la vida social pandémica, son tiempos donde se remarca una denuncia permanente entre distintos sectores que no funcionan de manera articulada promoviendo un cambio social. Marañón remite a esta cuestión de la otredad y reafirma la importancia de la educación como un derecho: “Siempre somos nosotros diferenciándonos de ese otro, desde una postura etnocéntrica porque, de acuerdo a lo que nosotros consideramos como bueno o malo, es lo que vale y desestimamos aquello que es diferente. Ese es el riesgo, no nos incluimos cuando nombramos a la otredad“.

FUENTE: Portal Universidad

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