Se trata de cinco mujeres de entre 55 y 60 años que vivieron un infierno entre las décadas del 70 y el 80. Después de haber sido reconocidas con la reparación histórica por el gobierno de Santa Fe, se animan a revelar sobre las tablas lo que fue el infierno de su juventud
«Básicamente no podíamos salir a la calle. A mí la policía me ha llegado a detener a las 10 de la mañana de un sábado cuando estaba en la panadería comprando facturas. También nos pasaba de tener que abandonar a nuestras familias en el medio de la calle porque sabíamos que nos iban a detener». Desde principios de los ’70 hasta mediados de los ’80, las representantes de la comunidad trans de la ciudad de Rosario había contabilizado un grupo de 35 chicas. Hoy, algunas de esas mismas integrantes aseguran que sólo sobrevivieron once.
La estadística refleja lo que fue el infierno de esas vidas. Épocas en la que se apelaba a la prostitución como el único ingreso de dinero posible y que se llevaba una vida nómade. Años de buscar el techo de pensión en pensión, en el tanque de agua de una plaza o caer escondida en la casa de alguna amiga.
Hoy, ya más lejos de esa pesadilla, el presente encuentra a estas sobrevivientes con un foco emocional opuesto: hay sonrisas y el orgullo de haber podido escaparles a la discriminación en la calle, a las violaciones en las comisarías, a la ruptura obligada de lazos en el seno familiar.
En mayo de este año, Santa Fe se convirtió en la primera provincia de la Argentina en otorgar la pensión de reparación histórica a las mujeres trans por las detenciones sufridas durante la dictadura militar de entre 1976 y 1983. Once mujeres rosarinas y cuatro de la ciudad de Santa Fe fueron reconocidas como «presas políticas en razón de su identidad de género».
Carolina Boetti fue la primera en verse beneficiada con esa pensión. Marzia Echenique, también de 55 años, fue la segunda. Ambas, junto a Bibiana Blasón, Laly Rolón y Katiana Curcio, decidieron que era hora de sacar a la luz sus verdades. Así, crearon, estrenaron y protagonizaron la obra de teatro «Finalmente Reparadas», en la que cuentan con detalles sobre un escenario cómo fueron esos años negros de su adolescencia y juventud entre los 70 y los 80. Desde la estigmatización, la rotura de los lazos familiares, hasta la brutalidad policial, los abusos sexuales dentro de las prisiones y la obligación de exiliarse al extranjero para poder sobrevivir.
Apenas dos de ellas son actrices. Hay una costurera, una peluquera y una cantante. Sin embargo, la hasta ahora única función, presentada el miércoles 28 de noviembre en la sala rosarina Plataforma Lavardén, fue recibida con un aforo completo y una ovación de pie de todos los presentes.
«A mí me enorgullece haber transformado la peor época de nuestras vidas en una obra de teatro para las nuevas generaciones. Yo siempre digo que sin memoria y sin pasado no hay futuro. Y poder hablar de esto es construir para la gente joven», le explica Marzia Echenique a Infobae en un diálogo telefónico.
«La diversidad y el respeto tendría que ser algo natural del ser humano. Y yo hoy tengo una obligación moral hacia las nuevas generaciones. De eso se trata, de hacer un mundo más igualitario, más inclusivo», completa.
Por su lado, Bibiana Blasón celebra estar atravesando «el mejor momento de su vida», pese al dolor que le supuso revolver en ese pasado condimentado por los golpes y el desprecio.
«Hoy a mis 58 años me pregunto si tuviera que atravesar eso nuevamente y creo que no estaría viva, me pegaría un tiro. Creo que la juventud en la que te pensás que te llevás todo por delante fue lo que me salvó», le cuenta a Infobae.
«La obra fue puro disfrute, pero los ensayos fueron durísimos. Muchas veces tuvimos que cortar las escenas porque nos quebrábamos emocionalmente al hablar sobre lo que sufrimos. Y el resultado estuvo en el teatro. Hubo cosas que contamos que no las sabían ni nuestros familiares ni amigos cercanos», agrega.
Durante más de una hora, y en diferentes escenas, las mujeres reviven un encuentro de amigas de décadas y narran las diferentes instancias de sus vidas. De esas vidas en las que fueron marcadas practicamente como monstruos y en las que no había lugar para una convivencia en paz.
El infierno
Tanto Blason como Echenique revelan que la etapa disruptiva de sus vidas se desarrolló entre sus 15 y sus 16 años, cuando se liberaron definitivamente de la identidad que se les había sido otorgada en sus nacimientos.
El nuevo rumbo en sus vidas provocó una suerte de terremoto en sus familias y el desenlace fue similar: debieron tomar la decisión de abandonar sus hogares aún sin haber llegado a la mayoría de edad. Tenían 16 años y corrían mediados de los 70′.
«Llegó un punto en el que yo llegué a sentir más pena por mi familia que por lo que me estaba pasando a mí misma», relata Echenique.
«En esas épocas Rosario era como un pueblo grande con muchos barrios. Y a causa de lo mío, la casa de mi familia quedó marcada para siempre. La gente hablaba de eso, les llegaban a quitar la palabra en algunos negocios. Encima, lo del periodismo era escandaloso. Publicaban recortes con mi nombre y daban la dirección de la casa de mis padres. Nos escribían cosas en la puerta. Pasaba de todo», describe.
En el colegio, también se repetían los padecimientos: «En los recreos yo estaba obligada a quedarme dentro del aula. Sólo podía ir al baño cuando estábamos en clase y no había ningún otro compañero ahí»
Y los problemas con la policía ya empezaban a ser moneda corriente. «No podía salir a la calle. Muchas veces me pasó de ir a tomar algo a un bar con mi mamá y mi hermana. Pasaba un patrullero, me miraba, y avanzaba. Yo sabía que iban a dar la vuelta para detenerme. Entonces, le daba un beso a mi mamá y sin explicarle nada, me venía corriendo a mi casa. Era una tortura tener que vivir así».
«A los 16 años, me di cuenta de que era una persona que estaba siendo un peso para mi familia y decidí irme de casa», reflexiona Ehenique con una voz pausada y firme.
Los meses posteriores fueron aún más duros. Marzia narra que llegó a vivir durante dos semanas en un tanque de agua situado en una plaza de su barrio y que comía gracias a las migajas que le traía una amiga. Esas penurias comenzaron a mezclarse con las primeras detenciones y con la prostitución.
«No teníamos manera de poder trabajar en ningún lado. Nadie nos aceptaba. Éramos vistas como bichos raros. Y ya estando todas fueras de nuestra casa y sin diálogo con las familias, estábamos obligadas a prostituirnos para poder comer», analiza Blasón.
Las detenciones eran cotidianas. Cada año, alguna de esas 35 jóvenes trans podían llegar a caer en prisión casi diez veces. Y la pesadilla que debían soportar tras las rejas era aún más feroz que la de su día a día.
«Una vez que nos detenían, hacían lo que querían con nosotras. Los policías nos entregaban a los presos para que nos hicieran cualquier cosa. Los mismos guardias nos extorsionaban con la promesa de sacarnos antes y nos violaban», explica Blasón.
«Yo tengo todavía una cicatriz en la frente. Es un corte que me hice contra una reja de una cárcel, después de que un preso me tirara contra la puerta por negarme a tener sexo con él. Pasaba de todo ahí dentro, y lo peor era que el sistema era aún más perverso. Nos ponían abogados inescrupulosos, que estaban entongados con los jueces. Nos cobraban una fortuna para sacarnos en diez días y después nos teníamos que prostituir durante semanas para poder pagarles».
Según Blasón y Echenique, la mayoría de las chicas rosarinas trans de la época fueron detenidas en comisarías durante la dictadura militar. Ambas recuerdan sólo un caso de una de las jóvenes que terminó en el centro clandestino de detención El Pozo de Banfield. Nunca supieron más de ella.
«No sé de dónde sacábamos las fuerzas. Mi madre me iba a visitar a las pensiones en las que vivía y muchas veces no me encontraba porque estaba detenida. Lo máximo que estuve presa fueron cuatro meses. Pero ver esos ojos en mi madre, cómo me miraba en los Tribunales, cuando me veía salir. Esa imagen no me la puedo borrar y no puedo dejar de sufrir esa injusticia. ¿Por qué mi madre tenía que mirarme con esos ojos? Yo era una persona normal, como cualquiera. No había hecho nada para que me detengan todo el tiempo, nada a nadie», recuerda Echenique en el único momento de la entrevista en el que se quiebra en llanto.
La situación de persecución y discriminación continuó durante los primeros años de la democracia. Así, Blasón decidió abandonar el país en 1985. Echenique siguió el mismo camino en 1987. «A mi mamá le decía que era por un tiempito, pero mi hermana ya sabía que me iba para no volver», detalla Echenique.
«Estuve en España un tiempo pero me establecí definitivamente en Roma. Recién ahí pude empezar a valorarme como persona. Recién en ese punto del planeta pude sentir que la gente no me miraba con desprecio, que me dejaban ser como quería. Y recién en esa época, con más de 20 años de edad pude empezar a construir mi personalidad», agrega.
Después de renegarse al regreso, ambas volvieron a radicarse en la Argentina después de los 2000. Ya en ese entonces, admiten haber encontrado una Rosario «hermosa» y mucho más abierta y respetuosa para con los representantes de la comunidad LGTBIQ.
«Sentí que Rosario había cambiado muchísimo. Vi que la gente había cambiado, pasaba por un negocio y me decían «buenos dias, señora». Podías caminar libremente», afirma Blasón.
La obra «Finalmente Reparadas» resultó un éxito en cuanto a convocatoria y significó el cumplimiento de un sueño para algunas de sus protagonistas, que siempre soñaron con poder brillar sobre las tablas de un escenario.
«Lo más increíble de la noche sucedió incluso después de la obra. Para festejar el estreno, decidimos ir a tomar unas copas a un bar específico. Es el bar El Ancla y elegimos ese lugar porque era el bar en que nos tenían junadas y en el que la policía siempre nos detenía a todas entre los 70 y los 80», relata Echenique.
«Éramos un grupo de 20 personas y, al margen, había ocupada sólo una mesa con una pareja de dos personas mayores. Ya cerca de que el bar cerrara, la pareja se paró para irse. El hombre se detuvo junto a un ángulo de una mesa y nos dijo ‘Yo estuve hoy en la obra. Yo soy policía. Y no sé si para ustedes será importante a esta altura, pero personalmente les quiero pedir perdón por todas las cosas que les hicimos’. Yo no podía parar de llorar cuando lo escuchaba. Pero fue el cierre soñado de la obra».
Ahora, las cinco «artistas» se encuentran a la búsqueda de una nueva sala en el país para poder narrar sus historias y concientizar a la sociedad argentina sobre las atrocidades que debieron padecer.
«Tenemos que luchar todavía contra un estigma. Con esta obra nosotras salimos del estereotipo del espectáculo de transformistas y travestis. La gente está malacostumbrada a Lizzy Tagliani o Florencia de la V. Con cosas como la broma hacia el otro o sobre sí mismo todo el tiempo. Esto no tiene nada que ver con eso», analiza Echenique.
Así y todo, estas cinco mujeres que arañan los 60 años se encuentran en su particular plenitud de la vida: «La vida que hoy tengo es todo disfrute. Estoy disfrutando la familia, mis sobrinos, la vida, la sociedad y el respeto que encuentro», celebra Blasón. «También disfruto de esta obra de teatro y espero que podamos difundirla mucho. Sobre todo para que se tome conciencia y nunca más vuelva a pasar algo así».
Fuente: Infobae