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El 77% de los argentinos reconoce que se discrimina a los pobres

Prejuicios. Miedo, hambre, villa y culpa: así definen los argentinos a los pobres

Según el estudio «La pobreza en los ojos de los argentinos», elaborado por la consultora Voices! en exclusiva para el proyecto Redes Invisibles de LA NACION, los prejuicios están profundamente instalados en la sociedad: el 77% de los entrevistados reconoce que los pobres son discriminados por la población.

Es el primer día de clases en la escuela y el profesor le pide a cada alumno que se presente. Uno de ellos se para y dice: «Soy Fernando Maldonado, vivo en la villa 21-24». Silencio. Todos los chicos giran a mirarlo con sorpresa. Fernando no entiende por qué.

«Hasta ese día no sabía que existía el prejuicio de creer que vivir en una villa es un delito», explica este joven que hoy tiene 27 años y que echa por tierra todo lo que una buena mayoría de los argentinos afirma que es y que puede lograr un chico que nació en una villa.

Según el estudio «La pobreza en los ojos de los argentinos», elaborado por la consultora Voices! en exclusiva para el proyecto Redes Invisibles de LA NACION, los prejuicios están profundamente instalados en la sociedad: el 77% de los entrevistados reconoce que los pobres son discriminados por la población.

Las dos creencias más arraigadas son que la mayoría de los jóvenes pobres consumen drogas y alcohol en exceso y son violentos e (58%) y que las mujeres pobres deciden tener hijos para cobrar más planes sociales (46%).

La realidad contradice esas creencias. Los datos oficiales muestran que el 51% de las titulares de la AUH tienen sólo un hijo a cargo (el 28% tiene 2 hijos) y más de la mitad de ellas trabajan, mientras que cifras del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la UCA indican que solo el 9% de los jóvenes del estrato trabajador marginal tiene un consumo problemático de sustancias.

«Este estudio permite ver el estigma que sufren los pobres y cuáles son los mitos que están más arraigados y que hay que desterrar.», sostiene Manuel Hermelo, director de Opinión Pública de la consultora Voices!

Los especialistas coinciden en que la pobreza está marcada por carencias materiales y sociales múltiples, pero principalmente por la falta de oportunidades de las familias para poder salir de esa situación. Sufren una doble vulnerabilidad: el lugar de nacimiento ya les cierra muchas puertas y los prejuicios terminan de ponerle llave.

Esta desventaja se confirma en el documento «Radiografía de las juventudes en la Argentina» la ODSA que muestra que los jóvenes del estrato trabajador marginal tienen 10 veces más chances de no tener obra social, mutual o prepaga que los más ricos; 7 veces más posibilidades de no estudiar ni trabajar; 6 veces menos oportunidades de tener proyectos personales, y 3 veces más probabilidades de experimentar un déficit de apoyo social estructural.

«Las brechas de desigualdad en la juventud son muy persistentes o han tendido a incrementarse. De un lado están los jóvenes que no terminan la secundaria y que no logran conseguir trabajos formales, frente a los otros que tienen la posibilidad de acceder a trayectorias profesionales y de ingresar a la sociedad del conocimiento», dice Ianina Tuñón, coordinadora del ODSA.

No pueden solos contra tanta exclusión. Lo que más necesitan los jóvenes vulnerables son redes de apoyo que trasciendan los prejuicios que estos jóvenes cargan sobre sus espaldas. Personas e instituciones que los miren, que los escuchen, que les sirvan de guía y los sostengan para poder construir un futuro mejor; sin ellas, sus sueños habrían sido imposible de lograr. Son las que ejercen un rol silencioso – y a veces invisible – que genera un impacto positivo en los beneficiarios y también en sus entornos.

De ahí el nombre Redes Invisibles, el proyecto que hoy LA NACION lanza como continuación de Hambre de Futuro. Es una apuesta multiplataforma destinada a contar historias inspiradoras de varios jóvenes y de las personas que los ayudaron a trascender patrones sociales, desigualdades y contextos vulnerables, para convertir sus objetivos en realidad.

Fernando nunca se drogó, no es violento y tampoco un delincuente. Con todas las limitaciones de crecer en una villa – cortes de luz, inundaciones, inseguridad, discriminación – es el primero en su familia en terminar la escuela secundaria, se recibió de periodista y está por mudarse a un departamento nuevo a estrenar que compró de pozo, pagando cuota por cuota, producto de su trabajo en blanco en una empresa de maquinarias.

Contrario a lo que piensa la mayoría de los argentinos, Fernando no es una excepción a la regla. En la Argentina cerca de un millón de jóvenes de contextos vulnerables como él lucha todos los días para progresar por medio del estudio o el trabajo.

Las dos creencias más arraigadas son que la mayoría de los jóvenes pobres consumen drogas y alcohol en exceso y son violentos e (58%) y que las mujeres pobres deciden tener hijos para cobrar más planes sociales (46%)
Las dos creencias más arraigadas son que la mayoría de los jóvenes pobres consumen drogas y alcohol en exceso y son violentos e (58%) y que las mujeres pobres deciden tener hijos para cobrar más planes sociales (46%)

La medición de Voices!, elaborada a nivel nacional, arroja más luz sobre los prejuicios: el 54% de los argentinos afirman que si la gente pobre trabajara más duro, podría escapar de la pobreza mientras que el 46% de los encuestados cree que los chicos pobres prefieren estar en la calle que en la escuela.

Para Griselda Quispe, una joven de 21 años que pasó su infancia en El Algarrobal, en Mendoza, el mejor lugar para estar después de su casa siempre fue la escuela. Aunque ahí le hicieran bullying porque se vestía diferente o porque su mochila consistía en una bolsa de supermercado con un cuaderno y un lápiz.

«Sufrí discriminación porque usaba algunas palabras en quechua. A veces no quería llegar a la escuela, me trataban mal. No teníamos prácticamente nada, ni ropa ni útiles. Me costó muchísimo y casi repito», cuenta Griselda.

Cuando era chica trabajó en la cosecha, en los hornos de ladrillo y cuidando a sus hermanos menores. Pero siempre tuvo en claro que la educación era el camino para salir adelante. Hoy, es enfermera y su primer objetivo es poder mejorar la casa en la que viven.

Un dato llamativo del relevamiento, es que el sector bajo – más cercano a la pobreza – es el que más refuerza estos prejuicios mientras que la clase alta y media alta, la que menos los apoya. «El promedio de mitos en los que creen los argentinos crece a medida que aumenta la edad y a menor nivel de instrucción», explica Constanza Cilley, directora ejecutiva de la consultora Voices!.

Miedo y hambre

Además de la encuesta cuantitativa, Voices! realizó cuatro focus group con personas de CABA y GBA de diferentes clases sociales y edades, para poder profundizar más sobre las emociones y las ideas que generan la desigualdad social.

Las palabras más mencionadas para definir la pobreza fueron calle, miedo, hambre, villa, bronca y culpa. «Es importante destacar que la mención al miedo tiene un doble sentido: miedo al pobre, pero también miedo a ser pobre. El 90% de las personas cree que cualquiera de ellos puede caer en la pobreza», explica Constanza Cilley, directora ejecutiva de la consultora Voices!

Las respuestas a la pregunta ¿cómo son los pobres? revelaron algunos comentarios estigmatizantes. Los perfiles imaginados por los participantes era de hombres adultos alcohólicos o violentos; niños mendigos o hambrientos; mujeres ignorantes y manipuladoras; adolescentes varones drogadictos y delincuentes; adolescentes mujeres descuidadas y viciosas; y inmigrantes ladrones u oportunistas.

«Estos perfiles están totalmente estereotipados. La perspectiva de género también está influyendo en esto. En los grupos cualitativos, surgió la dificultad extra que tienen las mujeres en situación de pobreza. Que cuando se separan, se quedan sin nada y son más responsables en cuanto al cuidado de sus hijos», asegura Cilley.

Las principales conclusiones del informe de Voices! fueron que las personas tienden a naturalizar la pobreza y que la pauperizan hasta el punto de reducirla a vivir en la miseria, cuando en realidad se trata de un fenómeno multidimensional.

«La naturalización de la pobreza sedimenta prejuicios sobre el pobre, lo invisibiliza y hace que se lo trate con indiferencia. La indiferencia garantiza que la persona piense que nada de lo que haga servirá para modificar esa realidad. Para lograr desnaturalizar la pobreza es necesaria la empatía. Solo el 11% de los encuestados señaló tener ese sentimiento», aporta Cilley.

Si bien son más los que creen que su accionar no puede modificar el avance de la pobreza, el 89% declara haber realizado algo para contribuir a mitigarla. De ellos, el 73% donó ropa, juguetes, alimentos, medicamentos o útiles y un 49% dio alimentos a una persona en situación de calle.

Las dos creencias más arraigadas son que la mayoría de los jóvenes pobres consumen drogas y alcohol en exceso y son violentos e (58%) y que las mujeres pobres deciden tener hijos para cobrar más planes sociales (46%)
Las dos creencias más arraigadas son que la mayoría de los jóvenes pobres consumen drogas y alcohol en exceso y son violentos e (58%) y que las mujeres pobres deciden tener hijos para cobrar más planes sociales (46%)

Apenas dos de cada 10 personas declararon tener un compromiso a largo plazo al ayudar a una persona de bajos recursos a estudiar o conseguir un trabajo. Esta es, quizás, la mejor apuesta para que puedan romper con el círculo de pobreza.

Para la mayoría de los encuestados, el lugar de nacimiento determina sus posibilidades de futuro. Afirman que el principal ingreso a la pobreza es nacer pobre, que es transgeneracional y para 6 de cada 10 ciudadanos es una situación de la cuál es muy difícil escapar. «Los participantes identificaron que para que una persona que no era pobre termine siéndolo tienen que pasarle cosas a nivel personal como caer en una adicción, perder el trabajo, tener una enfermedad, sufrir violencia doméstica, atravesar un divorcio o tener hijos no planificados», dijo Cilley.

El estudio también indaga sobre cuál es la percepción sobre los niveles de pobreza: para el 52% de los argentinos el nivel de pobreza es de 50% o más. «Este dato arroja una visión de la Argentina que deja de ser un país de clase media y pasa a ser un país pobre. Y esto tiene que ver con que la mayoría asoció a la pobreza con personas viviendo o pidiendo en la calle, una realidad con la que tienen un contacto directo y cotidiano», agrega Hermelo.

En el punto más extremo algunos entrevistados arrojaron percibir que hay hasta un 80% de pobres en la Argentina. «Esta cifra es emocional y nos habla de lo inmensamente grande que sienten las personas a la pobreza», explica Cilley.

El Estado, responsable

Además de la amplia percepción (7 de cada 10 argentinos) de que la pobreza es mayor que en el pasado, a futuro prima una visión pesimista ya que más de la mitad cree que va a aumentar o mantenerse.

En relación a la responsabilidad, el 80% cree que el Estado es quien debe hacer algo para que haya menos gente en situación de pobreza. Le siguen la sociedad en general con el 30% y luego las empresas con el 17%.

«Las personas no están conformes con el accionar del Gobierno Nacional para erradicar la pobreza, llegando al 82% de rechazo. Incluso, el 74% sostuvo que a los políticos les sirve que haya pobres», concluye Cilley.

Fuente: La Nación

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