Organizada por la Pastoral Social y Cáritas, en conjunto con la UCIP, la CGT, la Sociedad Rural y el Parque Industrial, se celebró en la Iglesia Catedral en vísperas del 1 de mayo la “Misa por el trabajo”. La misma estuvo presidida por el obispo diocesano, monseñor Ernesto Giobando sj., y contó con la presencia del intendente municipal, Guillermo Montenegro, entre otras autoridades.
El Obispo planteó que “una de las claves que nos dejó el Papa Francisco es el diálogo como herramienta para poder encontrar las mejores respuestas a los problemas que muchos están pasando” y afirmó que “nos tenemos que acostumbrar a que el diálogo es posible y no es una utopía lejana.” “Y diálogo es sentarnos y pulir nuestras diferencias, no es que todos tienen que pensar igual, es profundizar nuestra convivencia social”, detalló.
Acto seguido preguntó “¿Es posible una convivencia social?” “Esa es la respuesta que cada uno tiene que dar desde su lugar dejándonos guiar por una de las enseñanzas de Francisco que nos decía que ‘el todo es superior a las partes’ y ese todo es el bien común”, expresó.
En otro pasaje de su prédica, tras citar fragmentos de la primera encíclica social, Rerum Novarum, de 1893, monseñor Giobando invitó a “forjar una nueva fraternidad universal donde nos sintamos hermanos en la construcción de una sociedad más justa, para lo cual es fundamental el amor social no como un sentimiento pasajero de fraternidad idealista sino como la conjunción de la búsqueda del mayor bien porque amar es buscar el bien de la otra persona.” Y agregó “el trabajo, por usar una imagen, nos unge de dignidad, nos colma de dignidad; nos hace semejantes a Dios que trabaja y trabajó y actúa siempre; nos da la capacidad de mantener a uno mismo y a la propia familia, y de contribuir al crecimiento de la propia nación.”
“Pensemos también hoy cuántos -y no solo los jóvenes- están desempleados, muchas veces por causa de una concepción economicista de la sociedad que busca el beneficio egoísta al margen de los parámetros de la justicia social”, exhortó, y continuó “deseo dirigir a todos la invitación a la solidaridad, y a los responsables de la cuestión pública el aliento a esforzarse por dar nuevo empuje a la ocupación.”
Seguramente, en línea con la memoria litúrgica coincidente con el día del Trabajo, Giobando expresó que “San José tuvo momentos difíciles pero nunca perdió la confianza y supo superarlos en la certeza que Dios no nos abandona.”
Dirigiéndose a los jóvenes, los invitó a comprometerse “en su deber cotidiano, en el estudio, en el trabajo, en las relaciones de amistad, en la ayuda hacia los demás” y les dijo “el futuro de ustedes depende también del modo en el que sepan vivir estos preciosos años de la vida.” “No tengan miedo al compromiso, al sacrificio y no miren con miedo el futuro. Mantengan viva la esperanza, ya que siempre hay una luz en el horizonte.”
Tras recordar palabras del Papa Francisco en las que denunciaba “el trabajo esclavo”, se refirió también a la falta de trabajo. Al respecto expresó “pienso también en los que se sienten heridos en su dignidad porque no encuentran trabajo, porque lo que nos da dignidad es ganar el pan, y si nosotros no damos a nuestra gente, a nuestros hombres y mujeres, la capacidad de ganar el pan, esto es una injusticia social en esa nación.” Y prosiguió “el trabajo es una unción de dignidad y esto es importante. Muchos jóvenes, muchos padres, muchas madres viven el drama de no tener un trabajo que les permita vivir serenamente. Viven al día y muchas veces la búsqueda se vuelve tan dramática que los lleva hasta el punto de perder toda esperanza y deseo de vida.”
Para concluir, monseñor Giobando expresó “es hermoso pensar que Jesús mismo trabajó y que aprendió este arte de San José” e invitó a preguntarnos, ¿qué podemos hacer para recuperar el valor del trabajo? ¿Y qué podemos aportar como Iglesia para que sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser vivido como derecho y deber fundamental de la persona que expresa e incrementa su dignidad?”
Finalmente compartió un fragmento de una oración a San José pronunciada un 1 de mayo de 1969 por San Pablo VI en la que pide al Santo Patrono “protege a los trabajadores en su dura existencia diaria, defiéndelos del desaliento, de la revuelta negadora, como de la tentación del hedonismo; y custodia la paz del mundo, esa paz que es la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos. Amén.