Mirador Virtual Mobile

Mundial de básquet. Lejos de los flashes: la historia del artesano que moldeó a Facundo Campazzo

El dedo pulgar contra la oreja, el meñique sobre la boca y un enfático movimiento que delata insistencia. Por si no quedaba claro el gesto del teléfono, hacía fácil la lectura de labios del otro lado del cristal del ómnibus de larga distancia, presto a partir para Córdoba. «¿Me vas a llamar?», repetía.

Aquel Facundo Campazzo que con 15 años acababa de realizar su primera prueba en Peñarol reclamaba un claro indicio de resultado. Desde la dársena de la terminal, Osvaldo Echevarría saludaba con el brazo en alto. Lo despedía el responsable de formación de juveniles de Peñarol. Pero había necesitado verlo apenas dos minutos en la cancha para saber que tenía en sus manos un futuro basquetbolista de elite. Y haría todo para pronto tenerlo de regreso.

El hombre que fue casi su entrenador personal durante mas de cuatro años hoy no se sorprende del nivel que tiene el base del Real Madrid y el seleccionado argentino, semifinalista en el Mundial de China. «Siempre quiso entrenar, siempre apostó por más y hoy se ven los resultados», cuenta a la nacion desde su oficina del primer piso, con vista plena al mismo gimnasio -hoy remodelado- donde vio por primera vez al jugador cordobés.

Fue el 20 de octubre de 2006 cuando la categoría Sub 19 de Unión Eléctrica vino a Mar del Plata a enfrentar a Peñarol. Pronto quedaron abajo en el marcador y recién sobre del tercer cuarto, cuando estaban 20 puntos abajo, le dieron minutos al más chiquito del plantel, un refuerzo llegado del Club Municipalidad de Córdoba. Llevaba una camiseta holgada con el 15 en la espalda. «Lo que me sorprendió no fue lo que hizo con la pelota, sino cómo se paraba, movía y la pedía cuando no la tenía», reconoce quien lleva casi 20 años a cargo del reclutamiento en inferiores. «Un pibe entre tantos grandes se esconde; éste era un atrevido», recuerda, y lo ve reflejado en este desfachatado que hoy desafía a figuras de la NBA.

Entonces, habló con la madre de Campazzo y la convenció para que lo dejara venir. Le consiguieron un hotel y hasta pasó más de 20 días alojado en la casa de Echevarría. Su esposa, Isabel, lo trató como a un hijo más. Y así echó raíces en la ciudad. Siempre a ritmo de entrenamiento muy intenso que el jugador, lejos de sufrir, disfrutaba.

Lo había recibido en las instalaciones de Garay y Córdoba con un mensaje claro, en el mismo hall de acceso y del que fue testigo un directivo. «Tener futuro de Liga Nacional con 1,78 es muy embromado. No vas a crecer más: lo que tenés que buscar es velocidad de ejecución. Todo lo que no ganes arriba lo tenés que ganar por abajo. Piernas», le dijo. Y así arrancaron.

Echevarría lo recuerda con una anécdota. La técnica de Campazzo se pulía a partir de las 8 de la mañana. Un par de horas en el gimnasio de planta alta, marcado y preparado para desarrollar habilidades. Un día los directivos avisan que ese horario lo debían ceder a jubilados hasta las 9. «No importa Osvaldo, venimos a las 7», propuso el jugador. Madrugar, si había una pelota naranja de por medio, no era problema para él.

El entrenador le dio prioridad al trabajo de piernas y manejo de pelota. Era sesión de técnica individual y luego venía a jugar al equipo que dirigía Echevarría, que terminó siendo campeón nacional en Sub 19. «Se llenaba el estadio para verlo a él», recuerda, emocionado y orgulloso de aquella época. «De lo que hacíamos, siempre quería más», insiste sobre la vocación de superación personal que vio siempre en el jugador.

Un día sintió que el fruto estaba maduro. Y habló con Sergio «Oveja» Hernández, por entonces técnico de Peñarol en Liga Nacional. «Está para lo que le pidas», le aseguró. El hoy entrenador del seleccionado nacional le pidió que se lo mande. Al final de la práctica lo vino a buscar a Echevarría, todavía sorprendido. «Es un caradura total», afirmó del base que no se achicó ante los nombres con títulos e historia.

Echevarría apela a otra anécdota para tratar de hacer una mejor pintura de ese todavía pibe dispuesto a todo. Peñarol había traído a Andrés Nocioni como refuerzo. En la primera práctica tenía opción de darle pase. «Damela, pibe», le dijo. Pero Campazzo amagó y tiró al aro. Encestó. En la siguiente jugada lo mismo: lo miró, insinuó habilitarlo y volvió a lanzar. Y marcar. «Por qué se la iba a dar, si yo tenía mejor tiro; me la jugué», le explicó luego a su formador original. Pura personalidad.

Nueve años compartió con Campazzo en el club. Por estos días, antes y después de cada partido, cruzan mensajes. Muestra Echevarría un video publicado en España con una marca asfixiante del base que impide al atacante rival definir un partido. «Eso lo aprendí con vos», le reconoce. Es que, dice el entrenador, destaca siempre que el aprendizaje de técnica que logró con él en Peñarol lo marcó para siempre. «En este nivel eso ya no se enseña, lo tenés que traer puesto de mucho antes», admite el jugador.

Cree que este equipo que conduce Hernández, ya semifinalista, «no tiene techo». Les valora esa confianza y volumen de juego. Y un desempeño descollante de Campazzo. «Ya está para NBA, ¿qué están esperando?», pregunta. Siente que es el final de un camino que empezó en el viejo gimnasio de Peñarol.

Fuente: lanacion.com.ar

Comentarios

comentarios