Más allá de lo estrictamente litúrgico, la Pascua despliega un símbolo de renacimiento ineludible: la promesa de recomenzar. En un mundo golpeado por la injusticia, el conflicto y la pobreza, esta fecha nos convoca a repensar colectivamente qué significa resucitar desde el interior, transformando el dolor en semilla de esperanza.
Por Marcelo Pérez Peláez (con asistencia de Qwen y GPT).
El espejo de lo humano
El Domingo de Resurrección se alza, año tras año, como un espejo de preguntas esenciales: ¿qué podemos redimir de nuestro pasado? ¿Cómo alumbrar nuevos comienzos cuando los contornos de la desesperanza nos acechan? Más que un rito cristiano, esta jornada nos enfrenta con la fuerza arrolladora de la metáfora de la resurrección: la urgencia de renovarnos, de recomponer los fragmentos rotos de la existencia y la comunidad. Porque, en definitiva, no hay milagro ajeno: solo hay posibilidad íntima.
La resurrección como metáfora de transformación
La resurrección desafía la linealidad de la historia y de la vida personal. Es la paradoja del grano que debe morir para germinar, una imagen tan arcaica como poderosa. El sufrimiento –esa muerte simbólica– no marca el fin, sino el umbral donde germina la renovación. Nietzsche lo sintetizó con crudeza: “Lo que no me destruye, me hace más fuerte”. Pero atención: no se trata de un acto automático. Resucitar exige reconocer la herida, permitirse el duelo y, luego, abrazar el “nuevo ciclo” con una apuesta consciente de sentido.
Renacer en las grandes tradiciones del pensar
El renacimiento no es patrimonio exclusivo del cristianismo.
Hinduismo y budismo: el samsara (ciclo de nacimientos y muertes) solo cede al moksha o nirvana, liberación que brota de la conciencia transformada.
Judaísmo: la Teshuvá enseña que el retorno al arquetipo original solo es posible mediante el arrepentimiento y la reparación.
Islam: la tauba purifica el alma y reencamina al ser humano hacia la justicia y la misericordia.
Mitología griega: el fénix, ave inmortal, renace de sus cenizas para subrayar que la vida siempre puede recomenzar.
Filosofía contemporánea y psicología: Jung describió la “muerte simbólica” como el umbral del proceso de individuación; Viktor Frankl, víctima del Holocausto, afirmó que “la esperanza es lo último que se pierde”.
En todas estas corrientes resuena un eco común: la renovación se nutre de la fractura, y solo desde esa brecha surge la luz del nuevo amanecer.
Una humanidad herida, sedienta de resurrección
Hoy nuestra “pasión colectiva” se escribe con dolorosos caracteres: guerras que despojan de vivienda a millones, desigualdades que condenan al silencio, un planeta que gime bajo el peso de la explotación. Frente a este escenario, la Pascua adquiere un matiz profético: no hay resurrección sin un nuevo contrato social, sin una ética global solidaria. Simone Weil lo expresó con claridad: “La atención al sufrimiento ajeno es el único fundamento de una sociedad justa”.
Por eso, el renacimiento colectivo exige:
Justicia climática, para reconciliarnos con la Tierra.
Redistribución equitativa, para sanar la brecha entre ricos y pobres.
Reencuentro con la compasión, para reconstruir el lazo con el otro.
Porque nadie, absolutamente nadie, puede resucitar en soledad: necesitamos un nosotros dispuesto a compartir el peso y la esperanza.
Renacer en lo íntimo: semillas de renovada esperanza
La Pascua interpela especialmente a quienes transitamos desiertos interiores: duelos silenciados, ansiedades que atenazan, soledades que claman ser nombradas. En esos territorios hostiles, el renacer es un sendero: cultivar resiliencia, sostener un hilo de esperanza, reconocer que somos artífices de nuestra propia metamorfosis.
Víktor Frankl, aludiendo a la experiencia más extrema, escribió: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. ¿Cuál es nuestro porqué? Tal vez dejar morir el egoísmo, soltar el rencor, ensanchar la compasión. Como dijo Machado y musicalizó el maestro Serrat:
“Caminante, no hay camino;
se hace camino al andar.”
Cada paso hacia el perdón, cada gesto de ayuda al prójimo, cada decisión valiente de cambiar, es un acto de resurrección.
La llamada al renacer
Que este Domingo de Resurrección no sea un mero punto en el calendario, sino un desafío verdadero: mirar adentro y preguntarnos —sin eufemismos— qué debemos dejar morir para permitir el brote de lo nuevo. Porque la resurrección no es un milagro etéreo: es la tarea cotidiana de amar con actos, perdonar con gestos y construir con manos humanas.
Como especie, estamos convocados a aprender a resucitar juntos. No con fórmulas, sino con corazones abiertos y el convencimiento de que, incluso en la noche más oscura, siempre hay espacio para un amanecer compartido.
Fuente: NMDQ