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Según la UCA, aumentó el trabajo infantil en los sectores medios y más chicos comen peor

Lo dice el informe anual del Observatorio de esa univesidad. En promedio, el 15,5% de los chicos de 5 a 17 años trabaja: 3 puntos y medio más que en 2017.

Más chicos argentinos empleados o realizando tareas domésticas. Y más chicos mal alimentados que, o no cubren sus requisitos nutricionales o directamente pasan hambre, en hogares donde eso de “mate cocido con pan y a la cama” es una realidad. Estos dos temas son sólo un recorte del último informe del equipo del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia (del Observatorio de la Deuda Social de la UCA), en base a la encuesta que realizan cada año y que presentarán este jueves.

El relevamiento de cómo los niños atravesaron el 2018 muestra que el déficit general que genera la crisis económica a ellos les pega –literalmente- en el cuerpo. Por un lado, la cifra de inseguridad alimentaria pasó, en un año, de 21,7% a 29,3%. Es decir que hay más hogares en los que, por falta de dinero, se redujo la dieta alimentaria de los últimos 12 meses. En el 13% de los casos (contra el 9,6% de 2017) los consultados expresaron que en su hogar los chicos habían sufrido “inseguridad alimentaria severa”. Dicho en criollo, hambre.

El otro dato preocupante en la radiografía del ODSA es el trabajo infantil. Tras una tendencia a la baja en el período 2010-2017, las cifras mostraron, el año pasado, un comportamiento nuevo: el trabajo infantil bajó en el sector “bajo” y creció en el “medio” y “medio-alto”. El promedio resulta en un aumento, con lo que el 12% de los chicos de 5 a 17 años que trabajaba en 2017 se convirtió en 15,5% en 2018.

A destiempo
En un encuentro para periodistas, Ianina Tuñón, Investigadora Responsable del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, adelantó lo que el Observaotrio de la UCA presentará oficialmente este jueves. Esbozó, además, su hipótesis sobre el viraje en las cifras de trabajo infantil: “Cuando los adultos no tienen trabajo, los chicos tampoco. Ante la falta de trabajo informal y changas, en los sectores más pobres el trabajo infantil bajó. La clase media, en cambio, sale a defender sus recursos con su propia fuente, o sea, su familia, en lugar de tomar empleados”.

Suele haber consenso en repudiar el trabajo infantil dentro del mercado, pero frente al trabajo infantil doméstico la opinión se pone más laxa. ¿Cómo se evalúa que los chicos realicen tareas del hogar?

Según Gustavo Ponce, experto en prevención y erradicación del trabajo infantil para la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de Argentina, “una cosa es que un varón o una niña de 10 u 11 años tienda su cama o ayude a poner la mesa. Otra cosa es un niño que vaya a la casa de un tercero a realizar esas tareas, o que termine haciéndose cargo de sus hermanos menores por falta de oferta de centros de cuidado. Es decir, que les haga la comida, limpie, los lleve a un centro de salud… esto sin contar el problema de los accidentes domésticos, que terminan afectándolos a ellos”.

“Las cifras oficiales indican que el 10% de los chicos de 5 a 15 años realizan estas tareas. Es una cifra alta… el trabajo infantil no incorpora la cultura del trabajo sino que desplaza a la niñez”, evaluó Ponce.

El desglose del informe por estrato socio-económico muestra que mientras en el sector “muy bajo” hubo una suba del trabajo infantil (de 17,4% en 2017 a 19,5% en 2018), en el sector “bajo” se sostuvo un descenso desde 2011, cuando la cifra que ahora está en 13,8% superaba el 25%. A la vez, en la clase media la suba fue notable: en el sector “medio”, el salto interanual 2017-2018 fue de 10,4% a 18,5%. En el “medio-alto”, de 6,3% a 11,1%.

Si bien a los 16 arranca la edad “legal” para empezar a trabajar, los expertos del Observatorio de la UCA evalúan el fenómeno del trabajo infantil incluyendo a los adolescentes de 17 años, porque contemplan “la tensión que el trabajo supone con la terminación de la educación secundaria obligatoria en el país”. Es lógico: como informó Clarín, al menos un cuarto de los jóvenes argentinos no termina la escuela secundaria.

Pan para todos
De la desnutrición al sobrepeso y la obesidad, el problema de la mala alimentación infantil parece haberse vuelto ingobernable. El informe del ODSA es elocuente y duro: “El riesgo alimentario de la infancia se incrementó en el último período interanual, 2017-2018, en un 35%. La proporción de niños/as en hogares que no logran cubrir las necesidades alimentarias de todos su miembros por problemas económicos se estima que en 2018 alcanzó el 29,3%, y de modo directo a través de la experiencia del hambre, al 13%. Ambas cifras son las más elevadas de la década”.

¿La paradoja? Creció la inseguridad alimentaria, pero hay más comedores, o sea, espacios gratuitos que asisten a los sectores más vulnerables; nada menos que un 33,6% más que en 2010. Más de dos tercios de ese aumento ocurrió entre 2015 y 2018, un intento concreto de paliar los efectos de la inflación y la recesión.

“El problema se aceleró en el último año y desbordó toda capacidad de respuesta”, opinó Sergio Britos, director de Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA), que dialogó con Clarín.

El golpe fue para todos. En un año, el sector medio-alto duplicó su pequeña cifra de inseguridad alimentaria: de 2,5% a 4,4%. En el sector medio pasó de 9,2% a 15,3%. El bajo, de 31,6% a 38,8%. Y en el otro extremo de la brecha (el sector muy bajo) pasó de 43,6% a 56,7%.

Como advierte el informe de la UCA, las cifras están en las antípodas del “hambre cero” plasmado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2015, y tremendamente cerca del 63,4% de niños de 0 a 17 considerados “multidimensionalmente pobres”, en tanto se ven privados de al menos un derecho fundamental, sea en materia de vivienda, saneamiento, salud, estimulación, educación, información o alimentación.

Britos apuntó a la mala calidad de la dieta de los chicos argentinos: “Por la crisis económica y la falta de políticas se producen reemplazos de alimentos de mejor calidad por otros peores, y esto impacta en la salud de los niños, seguramente dando lugar a un crecimiento de la obesidad en la pobreza, y un deterioro en la calidad de la dieta en materia de nutrientes”.

¿Qué estrategia paliativa se podría adoptar? Según Britos, “como medida urgente, habría que cuidar la ingesta de tres grupos de alimentos: hortalizas, frutas y lácteos, que son esenciales en los niños y deberían ser el corazón de una dieta de calidad”.

Pero todo podría ser peor, concluyó Britos: “Los datos del Observatorio son muy confiables. Pero son de fines de 2018. Uno podría hipotetizar que si este relevamiento se hiciera ahora, seguramente encontraríamos cifras peores”.

Fuente: https://www.clarin.com

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