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Apagón: la mañana que pudo ser una catástrofe

¿Qué hubiera pasado si el apagón masivo de electricidad hubiese ocurrido un martes o un miércoles?

Domingo, temprano. Día del Padre. Llueve. Hace frío. El lunes es feriado. Prácticamente no hay una sola razón para salir de la cama. Si alguien se hubiera visto obligado a elegir el momento menos dañino para un apagón masivo sin dudas habría optado por esta mañana.

A las 10.30 Buenos Aires es un desierto. La lluvia no para, los autos son pocos y los semáforos no andan. En la radio siguen leyendo las tapas de los diarios sin terminar de entender que hoy es uno de esos días en que el diario queda viejo más rápido que nunca. Todos van con cuidado: somos pocos en la calle, pero nunca se sabe. En Retiro, insólitamente, hay luz.

Llama uno de los periodistas del diario. No puede salir de la casa, con un ascensor para autos y un portón eléctrico de por medio que no se mueven. Llama otra periodista. Dice que sale para allá, pero no tiene auto, el subte no anda y el tren tampoco. A simple vista, los taxis escasean. Un tercero me recuerda que no puede escribir la nota sobre la que estamos hablando: su computadora está muerta. Pienso que apenas me desperté apreté varias veces los interruptores, que quise poner la pava eléctrica y que la tostadora obviamente no respondió las órdenes. Difícil hacerle entender a la cabeza todo lo que no funciona.

Surgen algunos datos. Parece que todo empezó en Yacyretá. “Las tormentas del litoral sacaron de sistema líneas de Yacyretá – Salto Grande. Eso saca de sincronismo a las centrales eléctricas de todo el país que tienen protección automática cuando se altera la frecuencia de 50 Hz”, dice el Whatsapp en off de un funcionario. Con la serie Chernobyl fresca en la cabeza uno imagina finales terribles.

La situación es complicada. Los hospitales y aeropuertos tienen generadores, pero ¿cuánto aguantarán? En una estación de serviciohay una cuadra y media de cola: es la única que anda y los conductores asustados se acumulan. Varios familiares avisan que les queda poco y nada de batería en el celular. Quedarán desconectados en breve. Las pilas, en cualquiera de sus formas, son la última conexión con la normalidad.

El festejo del Día del Padre pasa para otra ocasión.

Hay elecciones además. En Santa Fe, Formosa y San Luis. Todos votan a oscuras. En Tierra del Fuego también, pero ahí hay electricidad. Ventajas de estar desconectado del sistema nacional.

A las 11.30 empiezan a llegar a la redacción noticias que hablan de una lenta normalización. Poco a poco. Ya van más de cuatro horas de apagón. Cuatro horas más tarde, el secretario de Energía, Gustavo Lopetegui, asegura que en el Gobierno aún no saben bien qué pasó, pero que van a investigar. En ese momento un 57% de la gente ya tenía luz de vuelta.

Mientras, muchos semáforos seguían apagados o intermitentes. Del SAME avisaban que no habían ocurrido accidentes graves.

Esto podría haber sido una catástrofe descomunal.

Imaginen lo mismo un martes o miércoles. El país entero parado. Un mega embotellamiento en toda la ciudad (y en todas las ciudades grandes del país) que se habría prolongado mucho más allá del restablecimiento del servicio. Gente, cientos probablemente, atrapados en los ascensores en edificios sin generadores. Escuelas cerradas. Fábricas sin arrancar. Comercios con las persianas bajas. Una pérdida económica difícil de calcular, peor que en el peor de los paros sindicales.

Un escenario cuasi apocalíptico, anticipado muy bien por unas cuantas películas: esta civilización no existe, no puede existir, sin electricidad. En cuanto sucede el corte, comienza a agonizar, hasta que muere junto a la última batería desagotada.

Menos mal que el apagón fue un domingo-día del padre-lluvioso-anterior a un lunes feriado.

Fuente: https://marcelolongobardi.cienradios.com

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